El hijo de Olga Lalín es ese niño que tira el pan para verlo caer al agua en vez de para darle de comer a los patos. El mismo que busca líneas en el borde de la acera, en las juntas de las baldosas, en los marcos de las ventanas y en sus admirados números y letras. Por eso ha aprendido a escribir tan pronto.
Cuando fui a ver tocar a la orquesta de Castro Navás, centro de día para adultos con autismo, me llamó la atención Sergio. Le pidieron que tocara el estribillo para hacer una prueba de sonido y le hizo falta mover los dedos en el aire y tocar en su cabeza la canción desde el principio para llegar al estribillo. Necesita ese ejercicio mental para conseguir aquello que le piden, pero no por ello es menos capaz de tocar el piano, ¿no?
Como él, muchos niños con autismo son en ocasiones superhéroes que necesitan de sus poderes para sentirse protegidos. Miguel Gallardo los define como extraordinarios en su animación Academia de Especialistas. Martín por ejemplo necesita cerrar puertas, no vive tranquilo si no lo hace. Alejandro tiene una memoria prodigiosa, sabe qué día de la semana fue cualquiera de las fechas que le propongas y Ruth es capaz de hacer puzzles por el lado donde no hay imágenes, ya que le interesan más las formas que los dibujos.

Captura de pantalla de la animación Academia de Especialistas, de Miguel Gallardo
Cipriano Jiménez explica que a veces es difícil conocer los intereses de las personas con autismo, porque tienen unas claves diferentes a las nuestras y hay que meterse en su mundo para comprenderlas. No entienden las bromas ni los dobles sentidos, y necesitan que se les anticipe, saber qué les espera. Necesitan que se respete su ritmo y que los que les rodean entiendan su modo especial de ver el mundo. Muchas veces las palabras son difíciles, y saturan si son muchas o van demasiado rápido. Quieren que se premie aquello que hacen bien como cualquier otro niño, pero necesitan más orden que los demás. Cuando les piden algo, las indicaciones tienen que ser sencillas y con sentido completo. Pero todo esto sin invasiones, sin demasiado ruido, sin muchos estímulos. Hay que respetar las distancias, pero sin dejarlos solos.
Ángel Rivière, fallecido en el año 2000 después de 22 años dedicado al mundo del autismo, se puso en la piel de una persona con TEA y dijo: “Las otras personas son demasiado complicadas. Mi mundo no es complejo y cerrado, sino simple. Aunque te parezca extraño lo que te digo, mi mundo es tan abierto, sin tapujos ni mentiras, tan ingenuamente expuesto a los demás, que resulta difícil penetrar en él. No vivo en una «fortaleza vacía», sino en una llanura tan abierta que puede parecer inaccesible. Tengo mucha menos complicación que las personas que se consideran normales”.